Rumbo a Estocolmo


Berlín es un perfecto punto de partida para multitud de destinos a todo lo largo y ancho del continente europeo, tanto por su posición central como por sus posibilidades. Por muchos es conocida mi afición por viajar y buscar posibles destinos casi continuamente, y en esta ocasión no iba a cambiar la cosa.

Allá por finales de Septiembre, tras alquilar la furgoneta para ir a Munich, compré el primero de mis billetes de avión desde Berlín: destino Estocolmo. Encontré la oferta para finales de Noviembre por 13€ ida y vuelta y… ¿por qué esperar? Aunque pudiera parecer un precio inmejorable, posteriormente salieron nuevas ofertas y hubo quien lo compro incluso a 0.01€ por trayecto. 11 personas nos juntamos finalmente, como no, los españoles siempre en masa.

La pega, como suele pasar con Ryanair, es que el vuelo aterriza en un aeropuerto secundario que realmente estaba alejado de la ciudad, Skavsta, aproximadamente a una hora en autobús.

En la estación central nos recoge Marcos, que tenia billete para el día de antes que el resto del grupo, que ya había tenido tiempo de moverse por allí. Antes que nada a soltar el equipaje, en un albergue muy céntrico y bastante bien de precio. Dormíamos nueve personas en una habitación de ocho, y aparte otros dos que estaban en otra habitación de seis. El edificio era laberíntico, con escaleras y pasillos por todos lados, siempre había más de una forma de llegar al mismo sitio. De vez en cuando también podías encontrarte alguna cocina o algún pequeño salón con sillones o incluso televisión. Pero lo mejor estaba en la cocina principal, donde continuamente reponían una gran casa de macarrones y por las mañana café. Todo un “lujo”.

Libres de carga, salimos a conocer un poco la ciudad, sin mucho frío y nada de nieve, algo que personalmente me hubiera gustado, ya que, al pensar en países nórdicos, la nieve es de lo primero que se viene a la cabeza. Es una ciudad muy distinta a cualquiera de las que hasta ahora conocía, formada por numerosas islas sobre varios lagos, siempre con el agua a la vista. Incluso el barco forma parte de la red de transporte público.

El primer día nos dirigimos a Skansen un museo al aire libre donde se exponen multitud de típicas construcciones de la antigua Suecia en un entorno natural donde también se muestra la fauna de la zona. Seguimos nuestras visitas, al día siguiente, por el Museo Vasa y el de Arte Moderno. El primero de ellos se muestra un viejo galeón rescatado del fondo del mar tras hundirse recién construido y todavía en las puertas de los astilleros. El segundo, como su propio nombre indica, arte moderno.

Además de los museos había que recorrer la ciudad, incluso en metro, pues tiene unas estaciones muy peculiares, a gran cota de profundidad y construidas directamente sobre la roca, y dando una sensacion de estar en una cueva. Paseando por sus abiertas avenidas y calles comerciales adornadas para la navidad, descubrimos Gamla Stan (la ciudad antigua), Djurgården, donde se sitúan gran parte de los museos, o Södermalm, uno de los barrios con más ambiente nocturno.

Sin embargo, el ambiente nocturno fue algo que nos faltó. Teníamos intención de salir las dos noches que estuvimos, pero tras cenar en el albergue y ponernos a beber algo siempre nos entraba la pereza y nos quedábamos allí, que no era precisamente aburrido. Solo la ultima noche, antes de irnos al aeropuerto, estuvimos tomando una copa en el Absolut Ice Bar, un local donde todo era de hielo: paredes, asientos, barra, vasos…una buen lugar para la despedirse y volver a Berlin

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