Cuando el Sol vuelve a asomar


Tras una inesperada vuelta de la nieve, aun más inesperada ha sido la aparición de este sol de justicia. Tampoco es gran cosa, pero lo cierto es que recordando los -17º del duro invierno, pues a cualquiera le anima el día un rayito de sol.

Y es que, aunque siga haciendo 10º o 15º, el cambio de ánimos se nota. Todo el mundo esta mas alegre, la gente ya para con total normalidad en las calles, empiezan a llenarse las terrazas de los bares. Un todo que contagia alegría.

Ahora las costumbres cambian. Ya no salgo de casa con prisa para entrar en el metro a resguardarme, ahora ando con toda la parsimonia del mundo, incluso en trayectos cortos me permito el lujo de ir media hora paseando al sol. Ya no voy abrigado hasta las cejas, bufanda y gorro están lavados y guardados, ya asoman las mangas cortas y he vuelto a usar las gafas de sol. Cuando quedamos no lo hacemos en estaciones de metro, si no en alguna plaza soleada.

También influyen las noticias que llegan desde Sevilla, donde la Semana Santa ha comenzado con un brillante sol después de un largo invierno de tres meses de lluvia. Entonces es cuando recuerdo la semana grande de mi verdadera ciudad, repleta de gente hasta la bandera, viviendo la fiesta, o simplemente por tradición, disfrutando del ambiente, del clima, de la ciudad en si.

Berlín no iba a ser menos. Salvando las distancias, tras una mañana de compras en el mercado turco, al sol, repleto como pocas veces en los últimos meses y apretando el calor, al volver a casa antes de volver a salir, lo que más me apeteció fue, por fin, volver a usar pantalón corto.

Y no solo nosotros, que añoramos el clima español, los alemanes hacen lo mismo, pues ya están acostumbrado a las temperaturas de aquí ¿será que estamos integrándonos en esta sociedad? Pues no, no nos hemos integrado. Hay una diferencia insalvable para todo español que vive de los Pirineos hacia arriba: no existen las persianas ni cortinas. En invierno el problema era menor, pero cuando empieza amanecer a las 7 de la mañana, cuando no hay que madrugar se convierte en un problema. Y solo estamos entrando en Abril, miedo me da Junio. Y si además pienso en Tampere, a 100km al norte de Helsinki, la que era mi segunda opción para irme de Erasmus, entonces acabo agradeciendo amaneceres berlineses.

Vuelta a la normalidad


Tras un mes complicado, vuelvo a tener la agenda mas libre. Pasaron las visitas, los viajes, también atrás quedo la búsqueda de piso. Ahora llega un periodo de tranquilidad. Tranquilidad relativa, pues a la vista está el único examen que voy a poder hacer en este semestre, de los dos que tenía pensado.

En Alemania, al menos en mi universidad, para hacer un examen hay que apuntarse. Y para apuntarse hay que pasar por la secretaría de la asignatura en cuestión en la fecha y hora programada, y no les vale ninguna excusa. Lo comprobé al apuntarme a uno de ellos, al cual debí haberme registrado estando en Francia. El día en cuestión mandé un mail a la secretaria, cuya respuesta fue que me pasara por el despacho, poco le importó que estuviera fuera. Ahora, al volver del viaje, me pasé por el despacho en un segundo intento, pero la respuesta volvió a ser negativa. Al menos, tal y como conseguí entender en alemán, ya que dice no hablar inglés (no me lo creo), los estudiantes Erasmus podremos hacer una convocatoria que hay en el sommersemestre para alumnos repetidores. Al menos no esta todo perdido.

Para el segundo de los exámenes previsto si conseguí apuntarme, comenzaba así la vuelta al estudio, aun estando en periodo vacacional, que realmente es un periodo de dos meses a compartir entre vacaciones y estudios. Además no solo debía estar atento de esta asignatura, también del proyecto fin de carrera, ya elegido y, supuestamente, en fase de desarrollo.

Por el resto, la vida en Berlín sigue adelante. Algunos ya se fueron, otros están de visita en España, otros de viaje, otros reciben visitas aquí aprovechando el fin de exámenes en España. Pero hubo una vuelta inesperada: el frío y la nieve. Ya me cayó aguanieve en Marsella, nevó en Lyon y ví nieve en Basel, pero confiaba en que, dos semanas después de haberse derretido todo, en Berlín no volviera a nevar.

También tocaba llenar la despensa, pues en las últimas semanas quedó bastante vacía, ya que entre una cosa y otra había hecho bastantes comidas en la calle, por lo que necesitaba comer cosas normales, más allá de kebaps, currywurst, hamburguesas y demás. Y para acabar de cuidarme, decidí apuntarme al gimnasio, tras el intento fallido del primer semestre. Además, ahora vivo a solo 12 minutos andando del gimnasio de la Humboldt, que también está cerca de la biblioteca, así espero que no me de mucha pereza ir.

Por estos días ya empieza a sonar las fiestas de primavera, sobre todo la Semana Santa, no en Berlín, obviamente, si no en la prensa local sevillana. En principio tenía pensado ir a la Feria, pero no acabo de verlo claro, ya que aunque el viaje no me saldría excesivamente caro (sufriendo las escalas de Ryanair), las fechas no son muy propicias, ya que cae en la segunda semana del segundo semestre y supongo que por esa fecha todavía estaré pendiente de elegir asignaturas. Por tanto, tiene pinta de que en los últimos tres años solo voy a pasar una noche de Feria.

Lo que si celebramos, con una buena pinta, de Guiness, claro, fue St. Patrick Day, celebración internacional allá donde exista un pub irlandés, como por ejemplo en Berlín. Sabiendo lo que disfruté la pasada primavera en Dublín, aun siendo un fin de semana cualquiera, no dude en rememorarlo, esta vez si en el día clave, aunque a muchos kilometos de distancia de la capital irlandesa. Otro año será,… ¿la Feria o St. Patrick Day? Quién sabe...

De la Costa Azul a los Alpes. Segunda parte


En menos de dos horas de cómodo viaje llegué a Lyon, mi siguiente parada. Al igual que Jose Mari, Cheli también estaba trabajando, aunque tiene jornada partida, por lo que al llegar apenas tuve una hora de espera para quedar con él en el descanso del almuerzo. Mientras tanto, estuve echando un ojo al campus: el IMSA, Institut National des Sciences Apliques, de gran importancia a nivel europeo en el campo de la ingeniería. Tras el almuerzo, me lance a conocer la ciudad.

La primera parada fue en la oficina de turismo, donde conseguí un plano y una orientación sobre lugares interesantes para conocer. Me dirigí hacia el Vieux Lyon, centro histórico de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, coronado por la colina de Fourvière, desde donde se podía disfrutar de unas espectaculares vistas de la ciudad. Andando desde allí, bajé nuevamente al casco antiguo, y desde ahí, bordeando el Saona hasta cruzarlo, llegué a lo que parecía ser el centro neurálgico de la ciudad, con el Hotel de Ville y la ópera como protagonistas.

De aquí emprendí camino de vuelta hacia la estación central, donde había quedado con Cheli al salir de trabajar para comprar unas cervezas, puesto que esa noche fue el Real Madrid – Olimpic de Lyon. Cervezas en mano, fuimos a buscar a sus amigos al campus, para enterarnos de los planes. El partido lo vimos en un Kebap junto al ayuntamiento. Realmente me importaba poco el resultado, pero solo de escuchar a los aficionados locales deseé infinitamente un gol del Madrid, cosa que no sucedió y quedó eliminado. De vuelta a casa, nos quedamos en el bar del campus, donde había una pequeña fiesta. Hicimos el amago de salir después, pero se quedo en intento.

Al día siguiente comencé la ruta por el Palacio de Congresos, cerca del campus. Junto a los modernos edificios se encontraba el parque Tète d’Or, enorme, envidiosamente bien cuidado, con una laguna, animales en libertad, un pequeño zoológico, parque botánico…no le faltaba un detalle. Para comer volví a quedar con Cheli, en su casa, y posteriormente de nuevo a la calle. Esta vez me fui al extremo sur de la ciudad, al estadio del Olimpic, que me decepcionó un poco. Por la misma zona estaba la unión de los dos ríos de la ciudad: el Ródano y el Saona, que me había llamado la atención al ver unas postales aéreas donde se aprecia la diferencia de color de ambos cauces, aunque desde la orilla no se apreciaba demasiado.

Nuevamente me dirigí al casco histórico, buscando los Traboules, unos curiosos pasillos públicos que realmente están dentro de los propios edificios, a modo de “calle interior”. Encontrarlos no es fácil, puesto que tienen puertas para entrar en las casas, de forma que si no sabes que están ahí no los verás, a no ser que busques la dirección exacta en Internet, como hice yo. También volví a la zona para repetir una crepe, que tanto me había gustado el día anterior. Con un paseo por la zona comercial finalizó el día, así que volví a la residencia. Pensábamos salir esa noche, pero los planes se torcieron y finalmente nos quedamos en casa, que realmente tampoco nos vino mal. Además del trabajo de Cheli, yo debía coger a las 7 de la mañana el tren para mi última parada en esta ruta: Basel.

Fue un trayecto muy bonito, bordeando los Alpes nevados, hasta llegar a Mulhouse, todavía en Francia, donde debía transbordar para cruzar la frontera con Suiza. El viaje lo había hecho decidido a no cambiar Francos suizos, ya que leí que normalmente aceptan euros. Pero la primera en la frente, al querer dejar la maleta en una taquilla me di cuenta de que la máquina solo aceptaba la moneda local, por lo que definitivamente tuve que buscar una casa de cambio.

Basel me causó una extraña sensación. Situada en una esquina de Suiza, fronteriza con Francia y Alemania, se hablaba ambos idiomas, tras haber estado escuchando francés estos dias, el alemán me hizo sentirme más cerca de casa. Sin embargo era un alemán extraño, las expresiones no son iguales, la pronunciación tampoco. A pesar de no controlar demasiado alemán, no era difícil darse cuenta de la diferencia.

Al salir a la calle volví a pisar la nieve, ya totalmente derretida en Berlín, pero eso le daba más encanto a la ciudad. De Basel, como no conocía a nadie, había estado buscando información antes y tenia los puntos de interés marcados en un mapa que imprimí. Me dirigí hacia la parte más antigua, estrechas calles empinadas, con pequeños canales cayendo junto a los edificios. Cerca de aquí, el río Rin, que me guió hacia el centro de la ciudad, muy pintoresco, una interesante mezcla entre lo antiguo y lo moderno. Cruzando el río llegue a la zona más moderna, donde cogí un bus para ir al Vitra Design Museum, de la arquitecta iraní Zaha Hadid, que también ha diseñado la nueva biblioteca de la Universidad de Sevilla.

El museo estaba en los extrarradios de la ciudad, de hecho era otra ciudad: Weil am Rhein, ya en Alemanía, fue curioso cruzar la frontera montado en un autobús urbano. Media hora de trayecto para encontrarme con el museo cerrado, pues estaban montando la nueva exposición que abriría dos semanas mas tarde. Me conformé con visitar el restaurante, que realmente era otro edificio de exposiciones. Al volver al centro, me dirigí al Tinguely Museum, de arte moderno, muy curioso.

Llegado a este punto, el cansancio acumulado tras 8 días casi sin parar de andar decidió que el viaje se había terminado. Realmente ya había visto todo lo que tenía marcado en el mapa, así que fui a buscar el autobús dirección al Euroairpot. El Euroairpot es el aeropuerto de Basel (Suiza), Mulhouse (Francia) y Freiburg (Alemania) siendo el único aeropuerto del mundo con mas de una nacionalidad, construido por Suiza en terreno francés tras la Segunda Guerra Mundial. Al llegar, lo primero, buscar la terminal: la francesa o la suiza.

Tras un contundente bocadillo de jamón, jamón español de verdad, que llevaba desde Berlín, la ruta se había acabado. Un viaje que dio para mucho, quizás el más completo de los que he hecho, tanto por los lugares conocidos, los amigos visitados, las distintas vidas Erasmus, la gente conocida…en definitiva, la experiencia.

De la Costa Azul a los Alpes. Primera Parte



Bajo la sombra de la suspensión de vuelos, el jueves empezaba mi viaje dirección a la Costa Azul, ya que volaba con Easyjet, la misma compañía que canceló los vuelos a mis hermanos la pasada semana. Pero no hubo problemas. A la hora programada llegué al aeropuerto de Niza, cuya pista obsequia con un precioso aterrizaje en paralelo a la costa. Ya solo quedaba coger un bus y 40 minutos de trayecto hasta Juan les Pins, donde vivía María. También andaba por allí Tuco, también de erasmus, con quien nos encontraríamos mas tarde.

Allí, en la parada mas céntrica, a escasos minutos de su casa, me esperaba ella, con Jesús, que también estaba de visita esos días, y Tere, su compañera de piso. La bienvenida la habían previsto perfectamente, puesto que ya tenían compradas sendas entradas, para Jesús y para mi, para una fiesta esa noche, tras tomar unas copas en casa con unos amigos.

Por la noche salir, por el día turismo. El primer día, aunque pretendíamos ir a Mónaco, el sofá del salón nos atrapó y se nos hizo tarde, por lo que solo llegamos a Niza, donde disfrutamos de las maravillosas vistas de la Costa Azul y una deliciosa creppe con nutella antes de plantear la noche. Esta vez tocaba fiesta en una villa, típico de por allí. Primero en plan tranquilo en casa de los mexicanos, luego en una más a lo grande, al más puro estilo americano, donde en la puerta incluso controlan la cantidad de bebida que lleva cada persona, para evitar que la gente beba de gorra. En ambos casos, aunque el primero mas que el segundo, las casitas eran espectaculares: gran chalet, con sus correspondientes jardines, piscina…todo lo que cualquiera desearía para unas vacaciones en la Costa Azul.

Al día siguiente estuvimos mas rápidos al salir de casa, por lo si pudimos visitar Mónaco, aprovechando el gran sol con el que había amanecido, que incluso permitía, al menos a mi que vengo de Berlín, pasear por la calle en manga corta. Espectacular. Un mundo de lujos y caprichos, miraras donde miraras. El bulevard del casino, el puerto deportivo, los señores coches, las tiendas…no había tregua.

Para la última escapada dejamos Cannes y el propio Juan les Pins. El primero de ellos era otra sesión de lujos y precios desorbitados, tras visitar el palacio del famoso Festival de Cine, donde esos días se celebraba el salón del videojuego, estuvimos mirando precios por los escaparates del paseo marítimo. Obviamente no íbamos de compras, no llegábamos a tal escala, más bien tratábamos de encontrar el precio con mayor número de ceros.

Antes de volver a casa estuvimos por el centro de Juan les Pins, aunque menos conocido, no podíamos irnos sin conocer el pueblo de María. Pero tras ese aparente desconocimiento se escondía un puerto deportivo todavía más espectacular, si cabe, que el del mismo Principado de Mónaco. Quizás no tan extenso, pero con barcos de dimensiones que desencajaban la mandíbula.

Y la primera estación de mi largo viaje comenzaba a tocar su fin. Esa misma noche llevamos a Jesús al aeropuerto, que volvía a Sevilla, a la mañana siguiente, lunes, junto a casa de María, yo tomé mi tren a mi siguiente destino: Marsella.

Allí me esperaba José Mari, aunque realmente trabajaba hasta las 5 de la tarde, por lo que cuando llegué, después de dejar la maleta en consigna, estuve paseando por el centro. Al principio un poco a ciegas, intuyendo lo poco que había visto en Google Maps y Wikipedia, pero mucho mejor tras pasar por la oficina de turismo y recibir algunas indicaciones. Una vez estuve con José Mari, nos dirigimos a la residencia y, antes de que anocheciera, nos asomamos a Les Calanques, unos espectaculares acantilados junto a los bosques que rodean el campus. Tras la cena en el comedor, unas cervezas en el bar, allí mismo en la residencia, donde por cierto nos hicieron un descuento para darme la bienvenida, muy amable al chaval.

El martes, nueva jornada laboral para él, y turística para mi. Comencé dirección Notre Dame du Mont, subiendo y bajando calles, conociendo la ciudad a pie de calle. Posteriormente a la catedral y Port Vieux, donde me apeteció una cerveza en un tranquilo bar, donde desde la calle se escuchaban bachatas y demás música, los preparativos de María para su próximo viaje a Riviera Maya me hizo recordar mis días por el caribe.

Una vez almorzado, que mejor lugar para seguir paseando que la playa y el paseo marítimo, donde, a pesar del desagradable viento, no pude evitar acercarme a tocar el agua. A las 5 volví a quedar con José Mari, pero apenas nos dio tiempo de visitar Notre Dame de la Garde y dar una vuelta por centro, así que decidimos cenar y tomar unas cervezas en una fiesta latina en el bar del campus de al lado del suyo.

El petit déjeuner puso fin al recorrido por la Costa Azul, cogí el bus con José Mari hasta su trabajo, y posteriormente a la estación central, donde tomaría el TGV (Train Grand Vitesse, el “AVE” francés) destino Lyon. Se acabó Marsella, una bonita ciudad, aunque no demasiado preparada para el turismo, donde pude recordar mas francés de lo que creía saber, incluso hablar un poco, ya que Jose Mari y los amigos no españoles hablan normalmente en francés. Pero no fue fácil, esto de practicar inglés, aprender alemán y recordar francés es un poco confuso.

Y más visitas y despedidas




Días después de que Ernesto tomara camino hacia Dresden y Munich, sus destinos de esta semana en su viaje en solitario, las visitas vuelven. En teoría, el jueves por la tarde llegaban mis hermanos y mis primas Isa y Maria, acompañados también por Jose, pero solo en teoría. Estando tranquilamente en casa, recibo una llamada de Sevilla, mis padres diciéndome que llamara a mis hermanos, en Madrid, ya que su vuelo ha sido cancelado y yo tengo más experiencia en estos asuntos.

Como si de una centralita de agencia de viajes se tratara, pasé la tarde hablando con Sevilla, con Madrid, buscando información en internet, combinaciones para comprar otro vuelo, relajando a los que se había quedado en tierra...todo fue un poco estresante Finalmente cancelaron el billete, pues la única alternativa que le ofrecían era volar 3 días después, lo que supondría una sola noche en Berlín, Compraron uno nuevo con Lufthansa, algo más caro, pero la mejor opción posible tal como se desarrollaban los acontecimientos. Y aun quedaba otro escollo por solucionar, hacer el check in del hostal, ya que de lo contrario les cobrarían la primera noche y le cancelarían la reserva.

Finalmente, un día después de lo previsto y tras una odiosa noche en el aeropuerto de Barajas, llegaron. Además lo hicieron al mismo aeropuerto y “solo” hora y media antes que mis amigos, por lo que quedé con Ernesto, que volvió a Berlín esa misma mañana, y fuimos a recogerlos a todos.

Ese día, “mis hermanos” decidieron quedarse en el hostal, pues estaban cansadísimos de su aventura. El resto, “los de salva”, salieron a dar una vuelta antes de ir a la ópera, que tenían entradas compradas. Por otra parte, yo me fui a descansar y luego a la fiesta de despedida de Aliisa, aunque en casa de Saana, ya que se suponía que la semana siguiente volvía a Helsinki, y aunque finalmente consiguió alargar la estancia unos días más, la fiesta permaneció intocable. Tras finalizar la ópera, volví a quedar con mis amigos para tomar algo y hacer planes para el día siguiente.

Como éramos muchos, 14 en total, fue difícil ponerse de acuerdo para moverse todos a la vez. Lo único en común fue realizar el freetour el sábado por la mañana, aunque nos tuvieron que separar en dos grupos, y visitar el Reichtag por la tarde. Para el resto, pues iba alternando los planes: tour nocturno con unos, Sachsenhausen con otros…La noche del domingo comenzaban las despedidas. El lunes por la mañana fui con mis hermanos a Potsdam, pero la primera expedición volvía a Sevilla ese mismo lunes, a Manolo, Chica, Elena se les acabo el viaje, por lo que ya no había margen para volver a verlos.

Los demás todavía tuvieron tiempo de dar otra vuelta por la ciudad y tomar unos cockteles por la noche para poner el punto y final a un divertido viaje. A media noche Ernesto debía coger un tren destino Köln, su último destino antes de volver a España, el resto, Ale, Marta, Clara y Fon, pasaron su última noche antes del madrugón que debían pegarse para coger su avión. Algo más de tiempo tuvieron mis hermanos, primas y José, a quienes acompañé al aeropuerto a media mañana.

Y hasta aquí las visitas, ahora me toca visitar a mí. No sin antes despedirme de Yolande, que también vuelve a Oporto la semana que viene. Aunque la fiesta de despedida será el fin semana, hubo que improvisar una cena para que algunos que íbamos a estar de viaje pudiéramos decir adiós